Mario, Las Azucenas, 1986

miércoles, 14 de marzo de 2012

Una persona difícil de encontrar

Ayer lo ví, y siento la incesante necesidad de escribir sobre ello.
Ayer, como cualquier martes, a la hora de cenar aparece la indecisión de salir, o no salir, como cada martes de monólogos hay alguien animado que te ofrece un buen plan, ayer fueron las chicas de clase así que nos aventuramos a ir a comer unas pipas y luego a disfrutar de la masificada discoteca de moda.
Después de unas cervezas, unas pipas, unos siete goles del Bayern, unas cuantas anécdotas y unas miles risotadas, nos encaminamos a la discoteca, con mis máximas pintas, (no había ganas de entaconarse ni engalanarse) y unos grandes acompañantes.
Y poco después de la hora de la Cenicienta allá estábamos bailando y riendo.
Cuando de repente, me giré y en el punto estratégico en el que estábamos situados/as, lo vi pasar...
Me quedé boquiabierta, y no utilizo el adjetivo como mero recurso literario, Julita tuvo que ayudarme a juntar las mandíbulas, cosa que le agradezco porque ese gesto no es muy favorecedor tampoco.
Pude apreciar su luz, nada más que lo divisé, no es muy alto así que tampoco me costó mucho, y cuando pasó por mi lado experimenté un montón de sensaciones que te sorprenden cuando ves, lees o escuchas algo que te gusta mucho, o como cuando ves algo que te deja en vilo, en espera, casi al filo de... como cuando en las películas de vaqueros cae un caballo por un barranco, así me quedé en esos pocos segundos.
Seguimos bailando.
Cambiamos de escena de baile.
Y cuando me giré lo tenía a seis personas de mí, dicen que todos los seres humanos del planeta estamos a seis personas de todos los demás habitantes de la Tierra, que ahora con las redes sociales somos capaces de contactar con cualquier gente ya que estamos comunicados apenas por seis personas. Total que nuestras seis personas estaban dándolo todo, y su mirada las atravesó, como un cohete temible iraní.
Seguí bailando, pero necesitaba acercarme, y sin saber cómo ni por qué lo tenía pegado a mí.
Entonces sonreí, y en su sonrisa aprecié la luz que mencioné cuando pasó. Me detengo en esa luz, porque hay personas y personas, esto es, hay personas con las que conectas nada más cruzando las miradas, esas personas son especiales, pero dentro de esos especiales existe una luz que se puede apreciar en esa conexión, y a propósito de uno de los últimos libros que leí, en este punto de mi película que es mi vida, pienso que esas personas con luz (son muy pocas, no alcanzan a la mitad de los dedos de una mano) son conocidas, pero no conocidas sin más... son conocidas porque ya se ha vivido con ellas en otras vidas, y además de eso han formado parte esencial de alguna de tus vidas anteriores.
Así que empezamos a hablar, y aquí esta el primer punto de inflexión, su luz me convenció de que no debía mentir (normalmente, en una discoteca nunca doy mi identidad ni datos verdaderos, nunca se sabe, llamadme incrédula), por tanto le dije mi nombre real a lo que él respondió entusiasmado con el suyo, Farid, y empezó a contarme que no le gustaba mucho aquello, que no estaba acostumbrado a ir de discotecas y mucho menos a no poder moverte dentro de ellas. Hecho que conllevó a que me invitara a ir  a la terraza y así charlar animada y tranquilamente.
Me gusta la gente que sorprende, ya se sabe que no te puedes dejar llevar por las primeras impresiones y que las apariencias engañan, a simple vista, se le podría describir como un chico árabe de bien que está acostumbrado a salir de fiesta con sus amigos y punto, pero no, nada más lejos de la realidad.
Hablaba bastante, y en la terraza se estaba bien (climatológicamente hablando), por tanto el tiempo pasó más rápido de lo que quisiéramos a veces que pasase...
Farid, futuro médico, era qatarí, y su día a día era bastante diferente al que yo llevo aquí, aunque nos interesaban muchas cosas concretas y comunes.
No me olvidaré de su cara, era un pura sangre árabe, (sí, me recordó a un caballo árabe cuando lo vi, perfecto, elegante y con todo bajo control), de tez oscura, con unas cejas largas como portada de unos ojos verdes profundos y grandes, llevaba barba eso le hacía parecer más edad de la que tenía, apenas 22 años. Y una nariz fina ligeramente aguileña, pero terriblemente indescriptible, esas narices árabes que dan que hablar.
Con todas sus descripciones, me habló del megaproyecto de la Perla, y de la visión de futuro que tienen los Emiratos, podía sentir el calor de su tierra y las voces de sus gentes.
Lamentablemente, era martes, no había tiempo para royos ni historias largas, hoy es día laborable y como tal el despertador no perdona ni un minuto.
Y así, como  nos reencontramos nos volvimos a separar...
Ah, se me olvidaba un gran dato, es un Al Thani.

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